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jueves, 31 de marzo de 2016

Emociones y Cerebro.

 (Psicología Clínica)

Son muchas las emociones que podemos experimentar los seres humanos.

Algunas han sido llamadas emociones primarias, como son el miedo, la ira, la alegría, la tristeza, el disgusto y la sorpresa, emociones que van acompañadas de patrones de conducta tales como respuestas faciales, motoras, vocales, endocrinas y autonómicas hasta cierto punto estereotipadas y que son reconocibles por encima de diferencias culturales y raciales en los seres humanos.

Distinguimos también otras muchas emociones, como la envidia, la vergüenza, la culpa, la calma, la depresión y muchas más, que se denominan emociones secundarias, con un componente cognitivo más alto y que van además siempre asociadas a las relaciones interpersonales.

Unas y otras constituyen sin duda parte esencial de nuestra vida, a la que confieren color y carácter.
Más aún, la alteración de los sistemas neurales de los que dependen las expresiones emocionales, provoca grandes trastornos de conducta.

La mayoría de las enfermedades psiquiátricas son, sobre todo, alteraciones en el modo de experimentar las emociones.

El concepto de “emoción” abarca también desde la experiencia subjetiva (el sentimiento) hasta las reacciones que llamamos vegetativas (sudoración, temblor, palidez) y motoras (gestos, posturas…) gracias a las influyentes aportaciones de científicos y neurólogos como Joseph LeDoux y Antonio Damasio, se ha aceptado considerar que la consciencia no es el único elemento que ocupa la mente o, dicho de otro modo, que el cerebro, cuya operación produce lo que llamamos el pensamiento consciente, es igualmente el origen de las emociones.
Cada vez se acepta más la interpretación de que tanto en la emoción como en la cognición, tras los componentes conscientes subyacen e interaccionan toda una serie de mecanismos cerebrales no conscientes (lo que Freud llamó premonitoriamente el inconsciente), que determinan de manera decisiva las características conscientes del pensamiento y la emoción.

Conviene recordar algunos principios, enunciados por LeDoux

El primero es que lo que llamamos coloquialmente “emoción” no se corresponde con un proceso cerebral separado e independiente, sino el resultado de múltiples mecanismos cerebrales que pueden ser distintos en emociones diferentes.
Un segundo principio importante es que los mecanismos cerebrales de conducta emocional, tales como los que se ponen en marcha durante el miedo, la búsqueda de alimento o el deseo sexual, aparecieron ya en estadíos muy primitivos de la evolución animal y se han conservado en gran medida durante la evolución de los vertebrados, entre los que se cuenta el hombre.

Las emociones conscientes se darían en aquellas especies animales que poseen consciencia. No es posible inferir si la emoción consciente que provoca una situación de miedo es percibida de modo igual por el hombre y un animal.

No obstante, si los patrones de conducta que se evocan en tal situación, en el hombre y en la otra especie animal son iguales o muy semejantes, podemos asumir que una parte importante de los procesos cerebrales que determinan tal conducta son iguales en ambas especies.

La Mayoría de los componentes de las respuestas emocionales se ponen en marcha de manera no consciente. Como especuló acertadamente Freud, la consciencia es solo la parte final de un sistema de operaciones cerebrales mucho más amplio. Hay que señalar, además, que, al ser los mecanismos neurales de las emociones evolutivamente más primitivos que los de los procesos cognitivos, se ponen en marcha de manera inconsciente de un modo más inmediato que éstos. De ahí que los procesos cognitivos estén más en determinadas circunstancias, y puedan verse avasallados por éstas.

 Las emociones juegan, además, un papel importante en la determinación de conductas futuras y sus trastornos pueden dar lugar a graves alteraciones del comportamiento, de carácter patológico.

 No hay razón para asumir a priori que los componentes conscientes de las emociones son más importantes que los inconscientes, para lo que parece es el objetivo, en términos de la evolución de los seres vivos, de la aparición de los mecanismos cerebrales de las emociones, y que no es sino la supervivencia de la especie a través de la evitación del peligro de lesión corporal o muerte, la consecución del alimento y la reproducción sexual.

En tal dirección, tan importante o más son la taquicardia o las actitudes motoras defensivas que se ponen en marcha con la emoción de manera automática, y que ayudan decisivamente a la huida o la lucha del animal, como las percepciones conscientes de miedo.

Hipócrates, cinco siglos antes de Cristo, decía que nuestra estabilidad emocional dependía del equilibrio de cuatro humores: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra. De ahí que todavía conservemos el término humor para referirnos a nuestros estados de ánimo. Un exceso de bilis negra, por ejemplo, era para Hipócrates la causa de la depresión. Por eso se llamó a ésta también ‘Melancolía’, que viene de melanos- negro y kolos, bilis.

Franz Joseph Gall asumió que tales regiones debían estar más o menos desarrolladas en los diferentes individuos según que poseyeran en mayor o menor medida determinados rasgos de personalidad. Gall avanzó la teoría de que tal desarrollo del cerebro se reflejaba también en la superficie del cráneo, que se abombaba más o menos en función de que bajo él se hubiera expandido tal o cual área cerebral vinculada a una determinada cualidad, lo que permitía su identificación por palpación del cráneo, consiguiendo con ello establecer el perfil de personalidad del sujeto. 
A esta ‘disciplina’ se la llamó frenología y de la mano de Gall y sus seguidores, adquirió un sorprendente desarrollo a finales del s.XIX.


Modelo de cabeza de porcelana de N. L. Fowler, utilizado
por los frenólogos para la localización de las distintas funciones cerebrales en la superficie del cráneo.




A principios pues del siglo XX, se imponía la evidencia de que las emociones se localizaban en el cerebro, un órgano que empezaba a revelarse como extraordinariamente complejo, gracias a los trabajos morfológicos de Santiago Ramón y Cajal.


Memoria y Emoción

Hay que tener en cuenta dos aspectos:
1. El contenido emocional de la información que deseamos recordar.
2. El efecto que produce el estado emocional en el aprendizaje y en la capacidad para recordar.

Lo que hace a ciertos eventos más fáciles de recordar, es la emoción que produce, no el significado personal del evento en cuestión:
Los eventos con carga emocional se recuerdan mejor que los que no la tienen.
Las emociones positivas se recuerdan mejor que las negativas
Los recuerdos positivos contienen más detalles y esos hacen que se recuerde mejor.
Las emociones fuertes pueden deteriorar la memoria de eventos menos emocionales.
Cuando el estado de ánimo en el que estamos aprendiendo la información es el mismo que cuando la recuperamos.
Cuánto más fuertes son las emociones, mayor efecto tendrán sobre la memoria.
Las emociones pueden evocarse o minimizarse mostrando o suprimiendo la expresión de la emoción.
Las regiones cerebrales implicadas en la relación entre la emoción y memoria son: La amígdala y la corteza pre-frontal.

En 1889, Pierre Janet postuló que las reacciones emocionales intensas hacen que los eventos sean traumáticos, pues interfieren con la integración de la experiencia en los esquemas de memoria existentes.
 Janet pensaba que las emociones intensas son la causa de que memorias de eventos particulares sean disociadas de la conciencia y en su lugar, sean almacenadas como sensaciones viscerales (ansiedad y pánico), o imágenes visuales (pesadillas y flashbacks).

(documentos compilados)
Norma Duré Riquelme
Psicóloga Colegiada
M-26128


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