Resiliencia: “Estoy Seguro de que todo irá bien”
Cuando todo se ha perdido.
Mientras marchábamos a trompicones durante kilómetros, resbalando en el hielo y apoyándonos continuamente el uno en el otro, no dijimos palabra, pero ambos lo sabíamos: cada uno pensaba en su mujer.
De vez en cuando yo levantaba la vista al cielo y veía diluirse las estrellas al primer albor rosáceo de la mañana que comenzaba a mostrarse tras una oscura franja de nubes, pero mi mente se aferraba a la imagen de mi mujer, a quien vislumbraba con extraña precisión. La oía contestarme, la veía sonriéndome con su mirada franca y cordial.
Real o no, su mirada era más luminosa que el sol del amanecer. Un pensamiento me petrificó: por primera vez en mi vida comprendí la verdad vertida en las canciones de tantos poetas y proclamada en la sabiduría definitiva de tantos pensadores.
La verdad de que el amor es la meta última y más alta a que puede aspirar el hombre. Fue entonces cuando aprehendí el significado del mayor de los secretos que la poesía, el pensamiento y el credo humanos intentan comunicar: la salvación del hombre está en el amor y a través del amor. Comprendí cómo el hombre, desposeído de todo en este mundo, todavía puede conocer la felicidad —aunque sea sólo momentáneamente— si contempla al ser querido.
Cuando el hombre se encuentra en una situación de total desolación, sin poder expresarse por medio de una acción positiva, cuando su único objetivo es limitarse a soportar los sufrimientos correctamente —con dignidad— ese hombre puede, en fin, realizarse en la amorosa contemplación de la imagen del ser querido.
Por primera vez en mi vida podía comprender el significado de las palabras: "Los ángeles se pierden en la contemplación perpetua de la gloria infinita." Delante de mí tropezó y se desplomó un hombre, cayendo sobre él los que le seguían. El guarda se precipitó hacia ellos y a todos alcanzó con su látigo.
Este hecho distrajo mi mente de sus pensamientos unos pocos minutos, pero pronto mi alma encontró de nuevo el camino para regresar a su otro mundo y, olvidándome de la existencia del prisionero, continué la conversación con mi amada: yo le hacía preguntas y ella contestaba; a su vez ella me interrogaba y yo respondía. "¡Alto!" Habíamos llegado a nuestro lugar de trabajo. Al cabo de unos minutos reanudamos nuestra actividad en la zanja, donde lo dejamos el día anterior.
La tierra helada se resquebrajaba bajo la punta del pico, despidiendo chispas. Los hombres permanecían silenciosos, con el cerebro entumecido.
Mi mente se aferraba aún a la imagen de mi mujer. Un pensamiento me asaltó: ni siquiera sabía si ella vivía aún. Sólo sabía una cosa, algo que para entonces ya había aprendido bien: que el amor trasciende la persona física del ser amado y encuentra su significado más profundo en su propio espíritu, en su yo íntimo. Que esté o no presente, y aun siquiera que continúe viviendo deja de algún modo de ser importante.
No sabía si mi mujer estaba viva, ni tenía medio de averiguarlo (durante todo el tiempo de reclusión no hubo contacto postal alguno con el exterior), pero para entonces ya había dejado de importarme, no necesitaba saberlo, nada podía alterar la fuerza de mi amor, de mis pensamientos o de la imagen de mi amada. Si entonces hubiera sabido que mi mujer estaba muerta, creo que hubiera seguido entregándome—insensible a tal hecho— a la contemplación de su imagen y que mi conversación mental con ella hubiera sido igualmente real y gratificante: "Ponme como sello sobre tú corazón... pues fuerte es el amor como la muerte". (Cantar de los Cantares, 8,6.)
Meditaciones en la Zanja
Esta intensificación de la vida interior ayudaba al prisionero a refugiarse contra el vacío, la desolación y la pobreza espiritual de su existencia, devolviéndole a su existencia anterior.
Al dar rienda suelta a su imaginación, ésta se recreaba en los hechos pasados, a menudo no los más importantes, sino los pequeños sucesos y las cosas insignificantes.
La nostalgia los glorificaba, haciéndoles adquirir un extraño matiz. El mundo donde sucedieron y la existencia que tuvieron parecían muy distantes y el alma tendía hacia ellos con añoranza: en mi apartamento, contestaba al teléfono y encendía las luces. Muchas veces nuestros pensamientos se centraban en estos detalles nimios que nos hacían llorar. A medida que la vida interior de los prisioneros se hacía más intensa, sentíamos también la belleza del arte y la naturaleza como nunca hasta entonces.
Bajo su influencia llegábamos a olvidarnos de nuestras terribles circunstancias.
A pesar de este hecho —o tal vez en razón del mismo— nos sentíamos trasportados por la belleza de la naturaleza, de la que durante tanto tiempo nos habíamos visto privados. Incluso en el campo, cualquiera de los prisioneros podía atraer la atención del camarada que trabajaba a su lado señalándole una bella puesta de sol resplandeciendo por entre las altas copas de los bosques bávaros.
Una tarde en que nos hallábamos descansando sobre el piso de nuestra barraca, muertos de cansancio, los cuencos de sopa en las manos, uno de los prisioneros entró corriendo para decirnos que saliéramos al patio a contemplar la maravillosa puesta de sol y, de pie, allá fuera, vimos hacia el oeste densos nubarrones y todo el cielo plagado de nubes que continuamente cambiaban de forma y color desde el azul acero al rojo bermellón, mientras que los desolados barracones grisáceos ofrecían un contraste hiriente cuando los charcos del suelo fangoso reflejaban el resplandor del cielo. Y entonces, después de dar unos pasos en silencio, un prisionero le dijo a otro: "¡Qué bello podría ser el mundo!".
Al hombre se le puede arrebatar todo, todas sus metas en la vida, salvo una, la única que le resta en las adversidades y en su sufrimiento "la última de las libertades humanas", la capacidad de "elegir la actitud personal ante un conjunto de circunstancias". Esta última libertad, la de ser "dignos de su sufrimiento" atestiguan la capacidad humana para elevarse por encima de su aparente destino y diseñar su propio camino.
El humor es otra de las armas con las que el alma lucha por su supervivencia. Es bien sabido que, en la existencia humana, el humor puede proporcionar el distanciamiento necesario para sobreponerse a cualquier situación, a cualquier adversidad, aunque no sea más que por unos segundos.
Cualquier hombre podría, incluso bajo tales circunstancias, decidir lo que sería de él —mental y espiritualmente—, pues aún en las peores adversidades de la vida puede conservar su dignidad humana.
Es esta libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito.
Todos los aspectos de la vida son igualmente significativos, de modo que el sufrimiento tiene que serlo también.
El sufrimiento es un aspecto de la vida que no puede erradicarse, Sin el sufrimiento la vida no es completa.
El sufrimiento se puede representar como una oportunidad y un desafío: que o bien se puede convertir la experiencia en victorias, la vida en un triunfo interno, o bien se puede ignorar el desafío y limitarse o negarse a luchar ante las adversidades.
Métodos PsicoHigiénicos
- Meditar con tu fortaleza interior. Encontrarse con uno mismo. Conciencia Plena.- Diseñar tu meta propia. El hombre tiene la peculiaridad de que no puede vivir si no mira al futuro, pero también tiene la oportunidad de disfrutar del pasado y esto constituye su salvación en los momentos más difíciles de su existencia,
- Disfrutar del pasado de todas sus alegrías y de la luz que irradiaba, brillante aun en la presente realidad e incertidumbre.
Las experiencias positivas quedan, los bellos momentos, los recuerdos sellan nuestra red de memoria.
Nuestras experiencias, cualquier cosa que hubiéramos hecho, cualesquiera pensamientos que hubiéramos tenido, así como todo lo que habíamos sufrido, nada de ello se había perdido, aun cuando hubiera pasado; lo habíamos hecho ser, y haber sido es también una forma de ser y quizá la más segura, para darle un sentido a la vida.
- La vida humana no cesa nunca, bajo ninguna circunstancia.
En tiempos de crisis, las personas buscan significado. El significado es fuerza. Nuestra supervivencia puede depender de nuestra actitud frente a la vida, frente a la realidad, frente a las vivencias, frente a la experiencia.
"Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré" (Mt 11, 28)----------------------------------------------------------------------------------
Texto Compilado por: Norma Duré Riquelme (Psicóloga Col: M-26128 Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid.
(Fragmentos del Libro El Hombre en Busca de Sentido (Viktor Frankl.)
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Animo!
Fuerza y Fe…
Bendiciones!
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